Sobre un nuevo modelo para la CIA: el caso google
El anillo para controlarlos a todos ha llegado. Una cuenta de mail remite a una individuo con tal tarjeta de crédito, con tales compras, con tales fotos y que vive y trabaja en tal lado y conoce a tal persona, con tales amigos e intereses. El mundo detectivesco tal y como lo hemos conocido ha quedado obsoleto. De qué sirve hoy espiar una casa, pinchar algún que otro teléfono o seguir sigilosamente a alguien por las calles, si todos aceptamos, sin ningún tipo de reparo, tener una cuenta de mail.
Tener una cuenta de webmail no implica sólo la posibilidad de solo enviar y recibir mails, sino que es la posibilidad de crear una identidad digital con un espacio donde alojar todos nuestras fotos, documentos, correos, ubicaciones y pensamientos. Es ofrecerle mi privacidad entera y la de los círculos que me rodean a una empresa privada, en el mejor de los casos, para que la gestione. No seamos ingenuos, una cuenta de mail no es sólo tener mails, es tener una lista de contactos y la vinculación con alguna computadora y con algún dispositivo móvil con los que se realizan, cada vez más, compras por internet y se comparten, por alguna que otra red social, nuestros deseos, gustos e intenciones.
Pero quizás lo más grave sea que nadie se alarma cuando sale a la luz que alguna empresa monopólica de mails ‘ofrece’ gigas de mails de privados a (un) gobiernos de turno. Nadie se alarma si el CEO de dicha compañía es visita recurrente en alguna que otra casa de gobierno. Porque, tal vez, en la eficacia de un buen ‘marketing’, del mensaje de la buena moral que se esconde tras la maravillosa idea del software gratuito, se esconda el mejor de los secretos.
En definitiva, qué importa de donde sacan la guita estos tipos, son copados, sus productos son copados y están a la vanguardia. Quizás el modelo de inteligencia basado en un espionaje terrenal este migrando hacia un modelo digital, hacia una política digital de la vida.